UNA CLASE

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EN UNA CLASE MAGISTRAL

miércoles, 1 de marzo de 2017

EVOCACIÓN DE LA MEDICINA INTERNA



EVOCACIÓN DE LA MEDICINA INTERNA
Edgardo Malaspina
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Los que estudiamos en los años ochenta del siglo XX en la Universidad Rusa de la Amistad vimos la Medicina Interna en tres modalidades: Semiología Médica o Propedéutica de la Clínica Médica, Terapia Facultativa y Terapéutica Hospitalaria. Todas esas ramas de la Medina Interna tuvieron un fundador: Peter Mijailovich Kireev, autor de muchas obras de la especialidad, innumerables  trabajos científicos y del libro por el cual estudiamos “Manual de propedéutica de la Medicina Interna”  (Руководсво по пропедевтике внутренних болезней).
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Kireev estuvo al frente de las cátedras hasta 1983. Según me informó Dbornikov todas las especialidades de la Medicina Interna fueron unificadas en una sola cátedra en 1987 bajo la dirección de Valentín Moisiev; pero en el 2002 fueron separadas nuevamente “por no obtener los resultados que esperaban”.
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Cursamos Semiología y Terapia Facultativa en el Hospital 64. Allí, por primera vez abordamos a un enfermo, aprendimos a examinarlos, palparlo y  a escribir su historia clínica. Nos enseñaron a manejar el estetoscopio, revisar un electrocardiograma, interpretar un examen de sangre; y en fin, hicimos un repaso de todos los órganos del cuerpo humano y la manera de estudiarlos.
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El primer día de Semiología estábamos sentados en uno de los pasillos del hospital. Conversábamos entretenidamente cuando de repente se presentó una de las docentes que acompañaba a un señor mayor, y nos dijo: “Todos de pie, llegó el “profiesor  Kireev”. Sí, eran otros tiempos con una disciplina chapada a la antigua. Debíamos pararnos al entrar un jefe de cátedra al salón, nos vestíamos todo de blanco con gorro y tapaboca y escuchábamos en silencio absoluto.

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Kireev hablaba de manera pausada y paternal. Una vez nos aconsejó dibujar siempre las curvas de las temperaturas corporales “porque nos ayudan mucho a la hora de precisar la etiología de la enfermedad”. En otra ocasión le hizo una observación, aparentemente nimia pero cierta,  a un estudiante en una historia clínica: “Nunca escribas que el paciente se queja de una fuerte debilidad. La debilidad nunca puede ser fuerte…”(слабость не может быть сильная).
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En la pleuritis podemos escuchar un sonido parecido al crujir de los zapatos sobre la nieve, decía Kireev. Esa explicación onomatopéyica en medicina sólo la podíamos conocer en un país con un invierno  como el ruso.
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Entre papeles viejos encontré una fotografía de Kireev, y que se la tomé yo mismo. Agarrado al podio, con sus lentes negros, en palto y de corbata interviene ante el Consejo Académico de nuestra facultad.  Eran los mejores tiempos de las fotos en blanco y negro y que revelábamos en un cuarto oscuro con unas bandejas llenas de reactivos.

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  Boris Panfilov, junto a Kireev daba las clases magistrales. Era alto, de pelo blanco y muy inquieto. Se especializaba en vías biliares y estudiaba el dolor que producen cuando son afectadas, el cual hay que diferenciar de las cardialgias.
“Muchachos-nos arengaba-siempre practiquen ejercicios, nunca tomen un ascensor. Hagan como yo que todo el tiempo subo por las escaleras”.
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Otro profesor que recuerdo es Makshanov, siempre serio, circunspecto y estricto en sus lecciones. Una vez no lo vimos en la clase: estaba hospitalizado con un infarto del miocardio y su pronóstico era reservado. A los pocos días apareció con traje de enfermo visitando a sus pacientes en sus respectivas salas para pasar revista y acompañado de sus alumnos. Seguía siendo el médico y el profesor incluso en esos momentos difíciles de su vida.
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Terapéutica Hospitalaria la estudiamos en el nosocomio Nro. 53  de Moscú.Valentina Kononiachenko, la médico jefe y quien fundó la cátedra en 1965, no disimulaba su orgullo de haber sido discípula del doctor Miasnikov, uno de los  más reconocidos médicos internistas soviéticos, ganador del premio internacional el Estetoscopio de Oro, galardón que se otorgaba quienes podían diagnosticar cualquier enfermedad del corazón con solo recurrir al método de auscultación. Lo han recibido solo cuatro médicos, entre ellos el norteamericano White, uno de los tres que describió el síndrome deWolff-Parkinson-White.  No es casualidad que esta cátedra se dedique al estudio del miocardio y la electrocardiografía en general.  Kononiachenko escribió muchos libros, entre ellos uno sobre hipertensión arterial y otro sobre diabetes. Se paseaba por los corredores del hospital lentamente con una sonrisa. Era una anciana cuando nos correspondió estudiar su asignatura entre 1982 y 1983.
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 El profesor Tatarkin, de Terapéutica Hospitalaria, era un hombre delgado, con una joroba. Usaba lentes y fumaba mucho, pero sabía explicarnos cualquier tema cuando estábamos frente al paciente. Decía que el estetoscopio se debe pasar lentamente por todo el tórax sin dejar de auscultar un milímetro.  Escribió un libro sobre cardiomiopatías.
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Entre 1984 y 1982 la cátedra fue dirigida por el doctor Igor Nokolaevich Bokarev, especialista en problemas de la coagulación de la sangre. Bokarev tenía como tema preferido de investigación la microcirculación sanguínea. Publicaba sus libros (sobre tratamientos de leucemia y coagulación de la sangre) y traducía otros del inglés. Más tarde fue mi asesor durante mi especialización. Dirigió el Centro Soviético para el Estudio de los Medicamentos que influyen sobre la Hemostasis.
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En 1984 en la cátedra se anexó el curso de hematología  dirigido por el doctor Alpidovski, quien escribió dos libros: uno sobre las anemias y otro sobre las leucemias. Se le considera uno de los primeros en describir la leucemia de células peludas en la URSS.
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En 1988 tomó las riendas de la cátedra el profesor Moiseiev, un reconocido cardiólogo con varios manuales(a dos manos con el doctor Sumarokov) sobre su especialidad utilizados en todas las universidades de Rusia.
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En 1993 Vladimir Dvornikov fue designado jefe de la cátedra. Publico varios libros sobre los métodos diagnósticos en cardiología (Fonocardiografía). Dvornikov es un hombre de una humildad extraordinaria y se le ve en las calles caminando pensativo y con una sonrisa que refleja bondad e inspira confianza.















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